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los obreros en paro, a los cinturones de la miseria que gritan su desamparo desde las chabolas del suburbio, a los minusválidos, a los que viven en condiciones pe– nosas en la tercera edad... ; - la familia dispersa, intoxicada por doctrinas falsas de inspiración neopaganizante como el divorcio, la liber– tad de relaciones extramatrimoniales y el olvido de los deberes del propio estado, como la educación inte– gral, humana y cristiana de los hijos; la sociedad permisiva, que ha olvidado los criterios objetivos de la ley natural y que va perdiendo peligro– samente la conciencia del bien y del mal. Esta es una lista meramente indicativa de necesidades urgentes que abren una herida sangrante en el corazón del sacerdote abrasado por el celo. Son una llamada a la capaci– dad de disponibilidad y entrega del sacerdote convencido de su misión. Cito un texto estremecedor del Papa, en Notre Dame, que anima a mantener viva la «preocupación apostó– lica y misionera» de los sacerdotes: «Muchos --de modo particularmente llamativo du– rante estos treinta y cinco últimos años- estuvieron do– minados por la obsesión de anunciar el Evangelio al cora– zón del mundo, al corazón de la vida de nuestros contemporáneos, en todos los ambientes intelectuales, obreros, e incluso del «cuarto mundo», también a aque– llos que están a menudo lejos de la Iglesia, a quienes un muro parecía incluso separar de ésta, y ello a través de toda clase de nuevos modos de acercamiento, de inicia– tivas ingeniosas y valientes, llegando incluso a compartir el trabajo y las condiciones de vida de los trabajadores en la perspectiva de la misión, en todo caso, casi siempre con medios pobres. Muchos -los capellanes, por ejem– plo-- están constantemente en la brecha para hacer frente a las necesidades espirituales de un mundo descris– tianizado, secularizado, agitado a menudo por nuevos emplazamientos culturales. Esta preocupación pastoral, pensada y llevada a cabo en unión con vuestros obispos, os honra: que prosiga y se purifique sin cesar. Tal es el deseo del Papa». Y acaba este pasaje con una interpelación que quita el sueño: 85

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