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somos ministros para los demás? ¿No creemos que El actúa por nosotros, al menos si realizamos su obra, y que El dará crecimiento a lo que nosotros hemos sembrado laboriosa– mente según el Espíritu? ¿Y no creemos que El concederá también el don de la vocación sacerdotal a todos aquellos que habrán de trabajar con nosotros y tomar el relevo, so– bre todo si nosotros mismos sabemos reavivar el don que hemos recibido por la imposición de las manos? ¡Que Dios aumente nuestra fe!» 6 De tejas abajo, considerado el problema desde una óptica horizontal, los interrogantes son angustiosos. Pero el sacerdote no puede olvidar la «otra cara» del problema para evitar las sacudidas de la turbación y del derrotismo. El sacerdote no puede permitir que se le escape la «otra cara», «porque viene de Dios y lleva al encuentro con Dios» 7 • El sacerdocio es un «misterio» que hay que aceptar con una adhesión gozosa y cordial de la inteligencia y del cora– zón, en un clima de fe. Lo recuerda el Papa en la catedral de Libreville: «Se nos pide a todos creer en el sacerdocio como creemos en el bautismo y en la Eucaristía. Y en este caso, ¿podremos agotar alguna vez la significación del bautismo: ser hecho hijo de Dios en el amor, morir al pecado con Cristo para resucitar a una vida nueva, venir a ser miembro cada vez mejor del Pueblo de Dios, vivir las bienaventuranzas en la esperanza? ¡Riqueza y profun– didad del amor de Dios! Lo mismo ocurre con el sacer– docio. Alegrémonos si nos hace interrogarnos y si no nos satisface enteramente ninguna definición, porque su des– cubrimiento total jamás es perfecto. En todo caso, quiero subrayar que la primera fidelidad que se pide a un sacer– dote --cualquiera que sea su género de vida y su aposto– lado- es la de continuar creyendo en su propio misterio, perseverar en la fe en este don de Dios que ha recibido y que puede verse atacado por la inevitable rutina y demás obstáculos» 8 • 6 Ibid., p.201. 7 En Libreville-Gabón p.71. 8 Ibid., p.71-72. 77