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adulto, noble de sent1m1entos, equilibrado, de buen carác– ter, bondadoso y cordial. El ser «hombre de Dios» es una exigencia de madurez personal. De cara a su ministerio, en función de los hombres para los que ha sido llamado, debe ser el prototipo de varias cualidades de suma trascendencia eclesial. Juan Pablo II se refiere concretamente a varias de estas cualidades en su homilía en el Pontificio Colegio Pío Brasileño de Roma: Los sacerdotes deben ser: pastores cercanos a su pueblo por la sencillez, la comprensión y la apertura; pastores prudentes, valerosos, dotados de la sa– pientia cordis para orientar en los caminos de la vida, sobre todo en los momentos difíciles; - pastores que sean verdaderos maestros, fieles al Magisterio y educadores del Pueblo de Dios en la fe, predicadores de la Palabra de Dios, para que no se cumpla lo que dice el libro de Samuel: «La Palabra del Señor era rara en aquel tiempo»; - pastores que sean maestros de oración; - pastores de vida santa: de fe sólida y contagiosa, de caridad radiante, de oración permanente, de pureza, bondad y mansedumbre, de corazón abierto para estar al lado, sobre todo, de los más pobres y necesitados, sin excluir a nadie de su so– licitud de padres y pastores; - pastores convencidos de su propia misión, alegres con su vocación, que encuentran su realización en el ministerio de que han sido investidos por la gra– cia y predilección del Señor 3 • El sacerdocio como forma de vida va conformando pro– gresivamente el pensamiento, la sensibilidad, el orden del amor y hasta la expresión corporal. Por eso, cuando la vi– vencia sacerdotal es totalizante y absorbente, se traduce en un estilo de la máxima expresividad. Ser sacerdote con todo el ser exige vivir la propia vocación... 3 Preparación intelectual y espiritual del sacerdote. Homilía en el Pontifi– cio colegio Pío Brasileño de Roma (17/I/1982). p.26. 75
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