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HOMBR D «Llamados, consagrados, enviados. Esta triple dimensión explica y determina vuestra conducta y vuestro estilo de vida. Estáis 'puestos aparte', 'segregados', pero 'no separa– dos' (Presbyterorum ordinis 3). Así os podéis dedicar plenamente a la obra que se os va a confiar; el servicio de vuestros hermanos». JUAN PABLO II, Homilía durante la ceremo– nia de ordenación sacerdotal celebrada en el paseo de la Alameda, de Valencia. El sacerdote es un hombre elegido por Dios, llamado por Dios, enviado por Dios, consagrado y ungido por Dios. La vocación -llamada y respuesta- instaura una vida nueva, con un destino sacerdotal. El Apóstol abandona barca y redes -todo su mundo anterior- para seguir pron– tamente al Maestro. Es un ser enteramente «expropiado» que sigue a Cristo con radical disponibilidad. Dedica su vida «a Dios y a los intereses y asuntos de Dios». Es un rasgo ca– racterístico de la identidad al que da relieve San Pablo con una frase llena de contenido: «ad ea quae Dei sunt». Es un hombre de Dios que trabaja para Dios en exclu– siva, porque todo cuanto es y vale, en el orden de la natura– leza y en el de la gracia, es «pertenencia» absoluta de Dios. De Dios es un genitivo posesivo que no tolera comparti– mientos ni partijas. Dios lo quiere todo, lo exige todo, por– que tiene derecho a todo. Por eso Dios «envía» al sacerdote a donde quiere, cuando quiere y como quiere. El sacerdote enviado actúa como embajador de Cristo en la reconciliación del mundo con Dios. Viaja siempre con las «credenciales» de Dios que acreditan su misión al servicio de las almas. Como «consagrado» ha sido invadido por la presencia del Espíritu Santo, que es inspiración y luz y lum– bre, huracán y fuego. El apóstol es, en virtud de su consa– gración, «testigo de Jesús» por la proclamación del mensaje de salvación a toda criatura y por la ejemplaridad de su vida 63
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