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La Iglesia es quien envía al quehacer específico del sa– cerdote, que es evangelizar y misionar: «La Iglesia, depositaria de la Buena Nueva, así como no puede permanecer en silencio, debe también necesa– riamente continuar enviando, hoy no menos que en otros tiempos, apóstoles y misioneros que hablen a los hom– bres de la salvación trascendente y liberadora, encauzán– doles, en plena fidelidad al Espíritu, al conocimiento de la verdad; apóstoles y misioneros que, con los sacramentos, comenzando por la 'puerta' del bautismo, los incorporen a Cristo en la comunión viva de su Cuerpo místico; y que, finalmente, les den a conocer el auténtico sentido de su dig– nidad de criaturas, modeladas a imagen de Dios, y les ha– gan comprender el verdadero sentido de su existencia en el mundo. Así es como la Iglesia opera eficazmente, para que se realice el plan salvífico de Dios» 11 . La misión no es un título jurídico exclusivamente. Es, antes de nada, una cuestión de amor y de fidelidad cordial: «Sólo así el sacerdote que acoge la vocación al minis– terio está en condiciones de hacer de éste una elección de amor, por la que la Iglesia y las almas se convierten en su interés principal, y, con esa espiritualidad concreta, él se hace capaz de amar a la Iglesia universal y a aquella porción de ella que le está confiada con todo el arrojo de un esposo hacia su esposa. Un sacerdote al que le faltase alguna inserción en una comunidad eclesial, ciertamente no podría presentarse como modelo válido de vida ministerial, estando esencialmente inserta en el contexto concreto de las relaciones interpersonales de la misma comunidad» 12 . La misión va entrañada en la llamada de Cristo y en el «sí» de la respuesta. Pero, histórica y teológicamente, se realiza en la Iglesia: «Hemos recibido de Cristo una m1s10n. Misión v co– munión se reclaman mutuamente con una relacióÚ ín– tima, siendo ambas constitutivas del único misterio de la '' Las mi,iones, necesarias. Mensaje para el Domund 1980 (28N/80), p.310. 12 El ministerio sacerdotal. Homilía a los sacerdotes italianos ( 4/XI/1980), p.376. 61

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