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El don del sacerdocio no es para engreimiento, orgullo o gratuidad personal. Es, ante todo, un don para la Iglesia: «No separemos jamás nuestra vida y ministerio sacer– dotales de la comunión plena y cordial con la Iglesia en– tera. Hermanos en el ministerio sacerdotal, ¿qué espera la Iglesia de vosotros? La Iglesia espera que vosotros y vuestros hermanos y hermanas religiosos sean los pri– meros en amarla, oír su voz y seguir sus directrices, de modo que la gente de nuestro tiempo sea servida eficaz– mente» 5 . La misma afirmación se repite con diversos enfoques y matices. Dice Juan Pablo II a los sacerdotes, religiosas y re– ligiosos en la catedral de Buenos Aires: «Y siendo almas especialmente consagradas, hay que ser hombres y mujeres con gran sentido de la unión ecle– sial, que figura y realiza la Eucaristía. Viviendo unidos a un obispo en y para la Iglesia, en y para una Iglesia con– creta, no somos autónomos o independientes, ni hablamos en nombre propio, ni nos representamos a nosotros mismos, sino que somos 'portadores de un misterio' (1 Tim 3,9) infinitamente superior a nosotros. La garantía de este carácter eclesial de nuestra vida es la unión con el obispo y con el Papa. Tal unión, fiel y siempre renovada, puede a veces ser difícil e incluso comportar renuncias y sacrificios. Pero no dudéis en aceptar unas y otros cuando sea preciso. Es el 'precio', el 'rescate' (Mt 10,45) que el Señor os pide, por El y con El, por el bien de la 'multitud' y de vosotros mismos» 6 . Hablando de la renovación de la vida religiosa, dice ex– presamente: «La base de vuestros trabajos y de vuestros cambios de impresiones, lo habéis comprendido bien, es la rela– ción profunda que existe entre Cristo, la Iglesia y la evangelización. La misión de evangelizar la ha recibido la Iglesia en cuanto tal; la diversidad de ministerios debe contribuir a la realización de esta misión, imposible de cumplir fuera de la Iglesia: el encuentro con Jesucristo está ligado a la cualidad de la vida eclesial» 7 • En Edirnburgo p.215. 6 Las personas consagradas a Dios. A los sacerdotes, religiosos y reli– giosas en la catedral de Buenos Aires (11/VI/1982), p.227. 7 Ibid. 59
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