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Volvemos siempre al mismo punto de partida: cualquier actividad técnica es radicalmente adjetiva, puesto que lo sustantivo y esencial es «ser» sacerdote. Que luego sea bió– logo, profesor, deportista, científico, escritor o jardinero... es puro accidente. Sin embargo, si el quehacer o dedicación son constitutivos de la identidad, en tal caso el ejercicio se identifica con el ser define la identidad. Pongamos, por ejemplo, la misión de y predicar el Evangelio. El sacerdote debe ser un hombre culto de un modo pas– toral, con un conocimiento sapiencial más que libresco, para poder adaptarse al medio y a las preocupaciones concretas del hombre que va a ser evangelizado. Lo recuerda Juan Pablo II en Bolonia, centro clásico de irradiación cultural y humanística: «'Anunciar la Palabra', ésta es vuestra misión especí– fica, muy queridos sacerdotes. Aquí está la raíz de vues– tros desvelos diarios, aquí la fuente inagotable de vuestra alegría auténtica. Pero en cuanto ministros de la Palabra -y éste es el último pensamiento que os dejo-, debéis conocer el contenido del mensaje que se os ha confiado y la mentalidad de las personas a quienes va destinado. Ello quiere decir que debéis esforzaros por ser hombres de cultura y, sobre todo, teólogos verdaderos» 1 . La adaptación consiste en no quedar desfasados en cuanto a los sistemas pedagógicos ni anclados en estructuras de enseñanza que pertenecen al pasado. Y en saber captar las nuevas corrientes doctrinales, ideológicas, científicas para darles un sentido cristiano. El sacerdote debe estar ca– pacitado para dar una respuesta válida a los nuevos interro– gantes que surgen cada día en la conciencia del hombre con– temporáneo: 56 «A vosotros corresponde el orgullo de ser fieles a esta tradición tan noble -habla a sacerdotes y religiosos en Bolonia-, ya sea cuidando la adecuación constante de las estructuras formadoras centrales y periféricas, ya sea dedicándoos personalmente a profundizar en la reflexión sobre la Palabra de Dios en el contexto de los interro– gantes que surgen de la experiencia, lo cual constituye el alma de toda teología verdadera» 2 . 1 En Bolonia p.153. Ibid.

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