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Lo que nos corresponde es ser leales con quien nos ha llamado» 16 . Y este don exige reconocimiento y una justa valoración: «En consecuencia, debemos ver la vocación sacerdotal antes que nada como don inefable de Dios, al que de– bemos estar abiertos con gran humildad y agradeci– miento. Un don totalmente inmerecido que recibimos en favor de la Iglesia en función sobre todo de la Eucaristía, y lo debemos ejercer como servicio auténtico y humilde a la Iglesia, a los fieles» 17 • El modo más bello de gratitud es el testimonio de los va– lores morales, de las virtudes sólidas y de lo eterno en el hombre: «Entre los hombres de esta generación tan inmersa en lo relativo, vosotros debéis ser voces que hablan de lo ab– soluto. ¿Acaso no habéis echado, por así decir, todas vuestras riquezas en la balanza del mundo para hacer que ésta se incline felizmente hacia Dios y hacia los dones prometidos por El? Vuestra opción ha sido decisiva en vuestra vida; habéis optado por la generosidad y la en– trega frente a la codicia y el cálculo; habéis elegido fiaros del amor y de la gracia desafiando a cuantos os conside– ran por ello ingenuos e inútiles; habéis cifrado toda la es– peranza en el reino de los cielos, cuando muchos en torno a vosotros se afanan por asegurarse una morada confortable en la tierra» 18 . Y el de una vida coherente que se dispara como un dardo hacia Dios, descubierto y anunciado como razón de ser de la existencia: «Ahora os toca ser coherentes, no obstante todas las dificultades. El destino espiritual de muchas almas está vinculado a vuestra fe y coherencia. De este destino que se desenvuelve en el tiempo, pero que tiene por meta la eternidad, vosotros habéis de 16 En Edimburgo, p.215. 17 El don del sacerdocio. Con los alumnos del seminario mayor de Rol– duc, Holanda (15/IV/1982), p.146. 18 Presentar la luz de Cristo a los hombres de ahora. A sacerdotes y re– ligiosos en Bolonia (18/IV/1982), p.153. 52

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