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Quien llama es siempre, en definitiva, el mismo Dios. Esta llamada se percibe en la Eucaristía: «En efecto, el sacerdocio es una consagración a Dios en Jesucristo para 'servir. .. a la multitud' (Me 10,45). Esa consagración es, como bien sabemos, un don sacramental indeleble, conferido por el obispo, signo y causa de la gracia. Para poder comprender y vivir fielmente esa entrega es necesaria la ayuda de la gracia. Consecuentemente, un sacerdote o persona consagrada debe encontrar tiempo para estar a solas con Dios, oyendo lo que El tiene que decirle en silencio. Hay que ser, por ello, almas de ora– ción, almas de Eucaristía» 14 • El divino de la llamada es un hecho histórico y, por lo mismo, un punto de partida incuestionable: ,,Para caminar con alegría y esperanza en nuestra vida sacerdotal es necesario que nos remontemos a las fuentes. No es el mundo quien fija nuestra función, nuestro esta– tuto y nuestra identidad. Es Cristo Jesús, es la Iglesia. Cristo Jesús es quien nos ha elegido como sus amigos, para que demos fruto; El ha hecho de nosotros sus minis– tros: nosotros participamos en la misión del único Media– dor, que es Cristo. La Iglesia, el Cuerpo de Cristo, es quien desde hace dos mil años manifiesta el lugar indis– pensable que ocupan en su seno los obispos, los sacer– dotes y los diáconos» 15 • En el ejerc1c10 de sus funciones, el sacerdote debe ate– nerse al sentido, a las normas y al pensamiento de Cristo so– bre su ministerio: «Es don. Es acto de confianza por parte de Cristo al llamarnos a ser 'dispensadores de los misterios de Dios' (1 Cor 4,1). Es configuración sacramental con Cristo Sumo Sacerdote». «El sacerdocio no es algo que podamos realizar según nuestro gusto. No podemos re-inventar su significado según nuestros puntos de vista personales. 14 Ibid. 15 El sacerdocio ministerial. En Notre Dame, p.199. 51

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