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piritual? Pero, en cualquier circunstancia, es Dios quien ha llamado. Le sea posible o no al sacerdote fijar el día en que señaló rumbo a su vida, respondiendo a la suge– rencia del Señor -lo que el profeta Jeremías llama la se– ducción del Señor (cf. Jer 20,7)-, lo cierto es que será consciente de que Dios le ha llamado» 4 • La vocación es corno una sinfonía: el terna es siempre el mismo, pero se va desarrollando con una variedad armónica de matizaciones y sugerencias. Dios elige, Dios llama. ¿Para qué? «La respuesta nos la da en otro pasaje de la liturgia de hoy: 'Vosotros sois la luz del mundo' (Mt 5,14). Nos desconcierta, conscientes como somos de nuestra peque– ñez y miseria, ver que estas palabras concretas están diri– gidas a nosotros: 'Vosotros sois la luz del mundo'. Los apóstoles debieron de quedarse asustados al oírlas. Lo mismo les ha ocurrido a miles de personas desde en– tonces. Y el Señor sabe que dice estas palabras a per– sonas humanas, limitadas y pecadoras. Pero sabe también que deben ser luz, no por sus propias fuerzas, sino refle– jando y comunicando la luz recibida de El, pues El mismo nos dice de sí: Yo soy la luz del mundo (Jn 8,12; 9,5)» 5 . El sacerdote conoce la sublimidad de su misión y el riesgo que entraña: «Vais a ser, como sacerdotes, ministros de la luz que brilla en el rostro de Cristo mediante la fe. Por consi– guiente, vuestra misión consiste, primera y principal– mente, en dedicaros a esa predicación, de la que nace la fe en quien la oye ... Vuestro servicio fundamental es pro– clamar en medio de todos a Cristo como la Verdad y las verdades de la fe, alentar constantemente la fe, fortale– cerla donde sea débil y defenderla frente a toda ame– naza» 6 • El reflejo de la luz del Señor consiste en dejarse invadir por Cristo para que El salve la desproporción entre la fla– queza del llamado y la sublimidad del ministerio: 4 Ibid. 5 Ibid. 6 Ibid. 48
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