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La vocación es ponerse en los brazos de Dios. Ha sido ungido, llamado, consagrado y enviado por Dios. Vive en un estado permanente de disponibilidad: «Señor, -Fíat. que haga?» La vocación es un descubrimiento progresivo que se rea– liza únicamente desde el fondo de la existencia, a base de una serena y firme fidelidad y de experiencias acumuladas: «Unicamente a través de largos años de fidelidad al don que vais a recibir es como llegaréis poco a poco a comprender cada vez mejor este acontecimiento y la ma– ravilla que encierra. En efecto, toda una vida no es sufi– ciente para comprender en su plenitud lo que significa ser sacerdotes de Cristo» 1 . Desde luego, para una «comprensión completa» de la vocación hay que partir siempre del amor singular con que Dios llama a una persona determinada, incluso antes de su existencia. Sólo desde el amor es posible descubrir la belleza y la singularidad de la existencia sacerdotal 2 . Comentando el pasaje de Isaías: «El espíritu del Señor, Yahveh, está sobre mí, pues Yahveh me ha ungido» (Is 61, 1), insiste Juan Pablo II en la aplicación de estas palabras al sacerdote, a cualquier sacerdote: «Quieren decir que, en la raíz de toda vocación sacer– dotal, no se da una iniciativa humana y personal, con sus inevitables limitaciones humanas, sino una iniciativa mis– teriosa por parte de Dios» 3. ¿Cómo, cuándo y en qué circunstancias llama el Señor? «No siempre es fácil precisar este momento e identifi– car el acontecimiento que dio origen a esta llamada: ¿el ejemplo de un sacerdote o de un amigo?, ¿la experiencia de un vacío que únicamente puede llenarse mediante un total servicio de Dios?, ¿un deseo de responder de ma– nera perfecta y eficaz al sufrimiento material, moral o es- 1 Qué significa ser sacerdote. Homilía en Nagasaki. p.76. Ibid. 3 Ibid. 47
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