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peñado su palabra de honor y tiene que mantenerla en todas sus exigencias. La fidelidad es un elemento esencial dentro de la lógica de la ordenación: se es sacerdote «para siempre», «en todo», «para todo», «con todo el ser». No se puede renunciar al sacerdocio ni «abandonar», aunque las pruebas y los sacrificios nos lleven a la crucifixión. No puede olvidar el sacerdote que ha sido asociado con Cristo para la salvación de sus hermanos. Por otra parte, tiene que superar las «pruebas» para dar ejemplo a quienes luchan por mantener su fidelidad en el matrimonio y en la familia. Todo esto lo ha dicho Juan Pablo II en su carta Novo in– cipiente. Y lo ha recordado en hermosas reflexiones sobre la fidelidad en sus encuentros con los sacerdotes, religiosos, re– ligiosas y seminaristas en Valencia, poniendo como ejemplo a Nuestra Señora: «Que la Virgen fiel os ayude a confirmar vuestros compromisos y a cumplirlos hasta el final en esta 'nueva etapa de la vida de la Iglesia', que 'exige de nosotros una fe particularmente consciente, profunda y responsable'» (Redemptor hominis 6). 45

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