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El sacerdote queda «marcado» con el «carácter» para siempre. El sacerdote sabe que su destino decide el rumbo de su vida por voluntad expresa de Dios y no puede ceder a las tentaciones de cansancio, infidelidad o abandono. Porque -habrá que repetirlo-- todo el ámbito de la vocación sacer– dotal es cosa de Dios. Lo afirma con enérgica voz el Papa en la catedral de Libreville: «Si en un pasado que no está tan lejano se pudieron es– cribir páginas llenas de lirismo sobre la grandeza del sacer– dote, hoy, a fuerza de decir que el sacerdote debe ser un hombre como los demás, se corre el peligro de relativizar el sacramento que ha recibido y de correr un velo sobre el ca– rácter indeleble del que habla la teología tradicional, confir– mada por los concilios de Trento y Vaticano II. En una perspectiva teológica auténtica, se es sacerdote para toda la vida o no se es, del mismo modo que se es bautizado o no se es. Unicamente los actos del ministerio están sometidos a la sucesión y al tiempo. Esta ha sido siempre la fe de la Iglesia católica y de las Iglesias orientales» 10 • El compromiso del sacerdote es «irrevocable». Por ello, sería una cobardía ceder a las tentaciones «de una vida dis– tinta» en situaciones de oscurecimiento de la fe o de simple cansancio. El sacerdote ha sido escogido por Dios para el pueblo, para explicar el mensaje de salvación y distribuir los sacramentos a sus hermanos, los fieles. Es una razón que in– terpela a la conciencia sacerdotal: «Todas estas personas que vienen a recibir la luz y la fuerza de Dios constituyen comunidades humanas y cris– tianas, muy diversas sin duda, pero que tienen necesidad todas ellas de la fidelidad del sacerdote a su misión, a sus compromisos ... Pero la presencia de jóvenes, de adultos, de ancianos, de los que el sacerdote sabe que le necesitan y que con– fían en él, constituye una razón indudable, entre otras, para perseverar fiel a su misión» 11 • Es cuestión de lealtades. El sacerdote se ha comprome– tido con Cristo, con la Iglesia y con sus hermanos. Ha em- 10 El sacerdote. En la catedral de Libreville, p.172. 11 Ibid. 44
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