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ni simples buenas voluntades (Jn 15,14); sino disponibilidad, que debe nacer de un corazón pobre, lleno de confianza en la fuerza de Dios (Mt 10,16), de te– mor y de valentía (ib., v.27). En fin, a 'sus' amigos les hablaba francamente y de lo que les interesaba» 7 • El Evangelio, generalmente tan lacónico, anota la pron– titud para desembarazarse de todo y seguir a Cristo. Cristo no quiere evasivas, ni· treguas, ni huidas cobardes. Es in– transigente con los pretextos humanos. Pero no coacciona al hombre a dar el paso decisivo, sino que es respetuoso con la libertad: «Si quieres». Es una invitación, no una orden, ni siquiera una intimidación: «Nuestro llamamiento al sacerdocio, al señalar el mo– mento más alto en el uso de nuestra libertad, provocó la grande e irrevocable opción de nuestra vida y, por tanto, la página más bella en la historia de nuestra experiencia humana» 8 • 2. El «sí» a la llamada del Señor convierte al hombre en un seleccionado, en un «segregado» del mundo, en un «consagrado» de por vida a la causa del Reino. En adelante, el sacerdote vive y actúa en el mundo, pero con la concien– cia clara de ser pertenencia exclusiva de Dios, propiedad sa– grada de Dios. En rigor, un expropiado voluntario del «yo» egoísta en favor de Cristo y de sus hermanos. El nuevo «estado» no es un título jurídico o una presta– ción funcional, temporal y libre. Es una realidad profunda que «marca» su vida para siempre: 7 Ibid. «El carácter sagrado le afecta de modo tan profundo que orienta integralmente todo su ser y su obrar hacia un destino sacerdotal. De modo que no queda en él ya nada de lo que pueda disponer como sí no fuese sacerdote y, menos todavía, como si estuviese en contraste con tal dignidad. Aun cuando realiza acciones que, por su natu– raleza, son de orden temporal, el sacerdote es siempre ministro de Dios. En él todo, incluso lo profano, debe convertirse en 'sacerdotalízado', como en Jesús, que siempre fue sacerdote, siempre actuó como sacerdote, en todas las manifestaciones de su vida» 9 • Misa en Maracaná p.254. 9 Ibid. 43

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