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«VEN SIG «Es necesario, mis queridos hermanos y amados hijos, medítar con el corazón este diá– logo entre Dios y el hombre para encontrar constantemente el entramado de vuestra voca– ción. Este diálogo ya se ha realizado en vos– otros, que vais a recibir la ordenación sacerdo– tal. Y tendrá que continuar, ininterrumpido, du– rante toda vuestra existencia a través de la ora– ción, sello distintivo de vuestra piedad sacerdotal». JUAN PABLO II, Homilía durante la ceremo– nia de ordenación sacerdotal celebrada en el paseo de la Alameda, de Valencia. La vocación es el contraste que marca la identidad. Es, en su misma raíz, una gracia de Dios. Es una «llamada» de Dios, que elige a quien quiere. «Optar por el sacerdocio» no es, en puridad, otra cosa que responder a un «sígueme» que se impone a la concien– cia, se va apoderando progresivamente de todos los planos del ser y exige una decisión voluntaria y responsable. La fe– nomenología de esta llamada «personal» se diversifica en un espectro plural y riquísimo que constituye la historia hu– mana y sobrenatural de cada uno de los elegidos. Se trata, por tanto, de una «opción» distinta por su ori– gen, por su contenido y por sus complejas implicaciones a lo que se entiende vulgarmente por escoger cualquier otra ca– rrera o profesión humana. La ·namada personal de Cristo es indispensable para ser sacerdote, como se recuerda expresa– mente en la carta a los Hebreos: «Nadie puede tornar por sí este honor sino el que es llamado por Dios» (Heb 5,4). ¿COMO LLAMA EL SEÑOR? l. La vocación es cosa de Dios. Cristo toma siempre la iniciativa: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo 39

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