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obreras. No es un líder político que arrastra a las masas. No es un funcionario ni un profesional con determinadas horas de consulta o despacho. El sacerdote es un hombre - llamado por - ungido y consagrado por el sacramento del orden, que «imprime carácter» en el alma, y lo con– sagra de modo definitivo, indeleble y pleno a Dios y a las almas. La ordenación imprime que es un signo espe- cial de Dios, algo así como una «herida luminosa» que no puede cicatrizar jamás y que, de cuando en cuando, va a sangrar copiosamente por amor y celo. Es una llamada es– pecial en virtud de la cual «es tomado de entre los hombres, es instituido en favor de los hombres». El sacerdocio común y el ministerial --el de los bauti– zados y el de los ordenados- se ordenan el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo. Pero es preciso insistir en su diferencia esencial y no sólo de grado 1 . Se trata de funciones básicamente distintas. El sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada de que goza, «forma y dirige al pueblo sacerdotal, realiza el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo de Dios». El sacerdocio común, en virtud de su bautismo, «concurre a la ofrenda de la Eucaristía, lo ejerce en la recepción de los sacramentos, en la oración y en la ac– ción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante» 2 • El sacerdocio jerárquico es una gracia especial que de– nota una preferencia de amor. La vocación se convierte en la base de la identidad. El «llamado» de un modo misterioso, pero real, en la misión del mismo decide su vida en la dirección salvífica del Redentor y presta un 34 1 Carta Novo incipiente p.132. 2 !bid.
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