BCCCAP00000000000000000000341

los misterios de Dios, instrumentos de salvación para los hombres. Estas certezas de fe no penniten dudar de la pro– pia identidad, ni andar titubeando sobre el valor de la pro– pia vida, o vacilar en el camino emprendido» 24 • El mundo, en su configuración histórica -sistemas, ideologías, progreso técnico, civilización, humanismos y am– biente-, no está autorizado para decidir la identidad del sa– cerdote, porque excede en principio sus atribuciones. El hombre pertenece al mundo, aunque haya sido ordenado y ungido sacerdote. Pero no pertenece efectivamente al mundo. Como dice el Papa en frase espléndida, es CRISTO «la razón de nuestra vida y nuestra fuerza». Cristo es el inspirador de la vocación. Cristo, gozosamente escuchado, es quien llama personal– .mente. Cristo, apasionadamente amado, es quien explica la total consagración, el impetuoso y exigente celo, la entera liber– tad de espíritu, la audacia imperturbable, la bondad irresisti– ble del sacerdote. Unicamente Cristo tiene el poder de arrastrar a la divina y magnífica aventura del sacerdocio. Unicamente Cristo puede provocar la divina opción que madura en un «sí» per– manente, entusiasta y nunca revocado. Unicamente Cristo, apasionadamente amado, es el ideal válido que arrastra con fuerza y con entusiasmo a la juven– tud para seguir la llamada. Porque Cristo es la razón suprema de la existencia sacerdotal. Es preciso proclamarlo a grito abierto, porque ha habido en ciertos ambientes cierto miedo a hablar directamente de Cristo, como si no tuviera ya poder de convocatoria. Contra todo tipo de inhibicionismo o de simple silencio ante Cristo, hay que gritar que sólo Cristo puede justificar la entrega de una vida. Sólo un amor fuerte, robusto, profundo, absor– bente y entrañable a Cristo puede justificar la respuesta de una dedicación plena a Dios y a los hermanos. Sólo un amor personal tan intenso que duele y sangra en el espíritu explica la entera generosidad hasta el heroísmo del sí sacer– dotal. 24 En Terni p.97. 32