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Pablo VI, el cual, hablando a la asamblea general de la Conferencia episcopal italiana sobre los problemas del sa– cerdocio ministerial, declaraba: 'En este punto, lo que nos aflige es la suposición, más o menos difundida en ciertas mentalidades, de que se pueda prescindir de la Iglesia tal como es, de su doctrina, de su constitución, de su origen histórico, evangélico y hagiográfico, y que se puede inventar y crear una nueva Iglesia según determi– nados esquemas ideológicos y sociológicos, también ellos mutables y no garantizados por exigencias intrínse– cas'>> 20 . Esta mentalidad, además de mezquina y triste, es radi– calmente falsa. Sus representantes han sido desenmasca– rados por la juventud, que detecta con un sexto sentido la manipulación y el chantaje. Por eso, se han hecho innecesa– rios, impopulares y sospechosos ante la opinión pública, que quiere sacerdotes «de verdad», «a cuerpo limpio», y no tra– tantes de feria, economistas, políticos, granjeros o líderes de sindicatos. Vuelve a hablar el Papa con la experiencia que le han dado tantas «horas de vuelo»: «Esta realidad que, a veces, parece oponer graves obstáculos a la penetración de una mentalidad cristiana, exige encontrar en vosotros no dirigentes sociales o há– biles administradores, sino auténticos guías espirituales que se esfuercen en orientar y mejorar el corazón de los fieles, para que, convertidos, vivan en el amor a Dios y al prójimo y se comprometan en la elevación y promo– ción del hombre... » 2 Insiste con su habitual penetración psicológica el buen papa Juan Pablo II: «No nos hagamos ilusiones de servir al Evangelio si cedemos a la tentación de 'diluir' nuestro carisma en un exagerado interés por los problemas temporales. No olvi– demos que el sacerdote debe ser representante de los va– lores sobrenaturales, signo y artífice de unidad y fraterni– dad» 22 • 20 Las vocaciones, prueba y condición de la vitalidad de la Iglesia. Ho– milía al Congreso Internacional de Vocaciones (10/V/81). 21 !bid. 22 Servicio a Cristo, Maestro, Sacerdote y Rey. A los presbíteros y reli– giosos en Temí (19/III/1981), p.98. 30

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