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«El sentido más profundo del aggiornamento es estric– tamente evangélico: surge de la voluntad de servir, si– guiendo a Cristo, de la voluntad de servir a Dios en los hombres, de servir al hombre. El servicio se identifica con la misión, descubierta de nuevo en la misión salvífica de Cristo» 12 . El aggiornamento es una palabra clave que define un es– tilo en la vida de la Iglesia desde el papa Juan XXIII. Ante los cambios y transformaciones de la sociedad moderna, el papa Juan hace una llamada urgente y optimista a la atlapta– ción de formas y métodos de apostolado. El aggiornamento es una llamada de atención a los sacer- dotes y pastores para hacernos ver «la oportunidad y la conveniencia de adaptar prudente– mente y, al mismo tiempo, con valentía, a causa del cam– bio de la situación, los métodos y las formas, el lenguaje y el estilo, la táctica y la técnica de nuestra acción pasto– ral, para garantizar la real eficacia de la acción de la Igle– sia». El programa es amplio y arriesgado. No se trata de re– miendos ni de afeites en la superficie. El cambio puede afectar al mismo modo de pensar, de actuar y de vivir. Dice Juan Pablo II en Bérgamo: «Por tanto, es necesario ponerse al día con cautelosa ponderación, sin comprometer nunca lo que es y debe permanecer intangible, es decir, el patrimonio de la fe, la herencia de la tradición o la observancia de la disciplina eclesiástica. Pero también se necesita valor, innovando se– gún las nuevas exigencias pastorales, buscando y pro– bando métodos nuevos, poniendo en movimiento esa in– ventiva y esa genialidad que bien corresponde a la naturaleza de la pastoral, que no es una árida ciencia de mesa, sino ante todo y sobre todo es el arte que nos guía a acercarnos a las almas de nuestros hermanos. Ars est artium regimen animarum, nos recuerda San Gregario en su Regla pastoral (PL 77,14). He aquí, queridos hermanos, que esta misma palabra aggiornamento la repito ahora ante vosotros con la aper– tura de corazón del Papa vuestro paisano, confiando mu- 12 El carisma de Pablo VI. Audiencia general (8/VIII/1979), p.276. 25