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enaltecer a su Señora. El amor es difusivo y creador. Por eso el devoto de María contagia con su luz y con su fuego a sus semejantes. Se transfigura cuando habla de Ella, porque la lleva dentro, en la fibra más sensible del corazón. Se transforma cuando le reza, porque la ama intensamente. Es un convencido y un apasionado. Y en esta situación mental y emocional sobran los planteamientos cuadriculados, por– que se impone -por razones de caballerosidad, de alto ho– nor, de sensibilidad- la norma exquisita del detalle deli– cado, la ofrenda emocionada de la flor, la mística de la luz y del fuego. Cuando se trata de María no sirve la prosa ni en el estilo literario ni en el estilo de la vida. Hay que recurrir al poema, es decir, a la creación de palabras que chorrean frescura, a la creación de formas de vida que rezuman trans– parencia, emoción y coraje. Para hablar, escribir o predicar de María hay que estar, como los ángeles mensajeros de la Navidad, «envueltos en la luz» y dar la Buena Noticia como un pregón de festival, que se transmite cantando porque es un mensaje de gozo y alegría para todo el pueblo. Como los ángeles de Noche– buena, el predicador de María tiene que transmitir el men– saje «de parte de Dios», con palabras de Dios, con la ento– nación de Dios. Cualquier pregunta o aclaración tiene que ser respondida desde las razones de Dios. Sólo desde esta «envoltura en la luz de Dios» es capaz el sacerdote de hablar dignamente de María. En esta nueva luz, la palabra es, de verdad, una hiriente espada de dos filos, una brasa encendida en los labios, un anuncio sobreco– gedor de salvación. La comprensión de María es imperfecta sin esta luz sobrenatural que orienta en el camino y quema dulcemente en el alma. El itinerario existencial de María incita al verso. La teo– logía de María rompe todos los moldes del silogismo y no puede ser dicha más que en el leguaje poético y en el canto. Se construye con los elementos más bellos de la creación en plena irradiación de vitalidad, de pujanza, de hermosura. Es un mensaje con figuras vivas, un retablo animado, en que la misma creación, limpia de mancha y de pecado, proclama las glorias de María. Hablamos de teología, no de sentimen– talismos. Y nos inspiramos en la misma palabra de Dios 19 . 19 Sobre todo cuando interpreta Juan Pablo II los textos bíblicos y litúr– gicos, pletóricos de símbolos y metáforas. 244

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