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comportamiento de la Virgen se impone al espíritu con toda la fuerza y frescura de lo espontáneo. El Niño Jesús crecía... El devoto de María no se resigna jamás al estancamiento en su vida espiritual, porque se sabe siempre a mitad de camino en su formación, en sus virtudes, en el vencimiento propio. Siempre está insatisfecho de sí mismo y se avergüenza ante su Madre. Pero es una ver– güenza «creadora» que se esfuerza hasta el heroísmo por ser como Ella. La Virgen María «configura» la personalidad de sus sacer– dotes devotos. Les da el último retoque femenino y materno. ¿No os sorprende la capacidad de solicitud, de entrega y de ternura de los hombres de Dios? Son quizá temperamental– mente fuertes. La penitencia los ha hecho robustos como el roble del bosque. Son tremendamente duros consigo mismos. Son santamente audaces cuando entra por medio la defensa de los intereses de Dios, la integridad transparente del credo, los derechos humanos conculcados. Dicen la verdad -toda la ver– dad-- aun a riesgo de su vida. Pero, entre sus hermanos, ¡cuánta cortesía, cuánta bon– dad, cuánta comprensión! Tienen el corazón a flor de piel y lo van repartiendo a pedazos entre los más necesitados. Son el ángel de los pobres, de los enfermos, de los tristes, de los derrotados. Van sembrando la esperanza a manos llenas, ur– gidos por el amor. Son efusivos en la acogida, pacientes en la escucha, amigos en la prueba, compasivos en la adversi– dad. Una sonrisa abierta y un corazón abierto de par en par definen la fisonomía de los enamorados de María... En la línea materna del amor, María forma el corazón de sus devotos. El sacerdote devoto de María es un hombre de mirada limpia, de pensamientos puros, de deseos castos. Conserva incontaminadas todas las fuentes del sentimiento como si fuera un niño. Es un hombre de gran corazón que ha superado todas las pruebas y eliminado todos los antago– nismos de una malconfiguración del amor, gracias a su amor a María. La castidad no le hace arisco, retraído, acomple– jado o resentido. Todo lo contrario: le hace más humano, más disponible, más simpático, más luminoso. La castidad ha ensanchado hasta el infinito los espacios del amor, de la mano virginal de María. No hay corazón como el suyo. Se dilatan los espacios del amor, y el hombre de Dios persigue el «más difícil todavía» en las formas de honrar y 243
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