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define hasta los rasgos físicos. Tiene el mismo aire de fami– lia, puesto que son Madre e Hijo: la carne de Cristo es la carne de María. El sacerdote debe encarnar a Cristo. Y nadie puede en– señárselo tan a ciencia y conciencia como María, que lo tuvo en sus entrañas. Cada etapa de un nuevo alumbra– miento espiritual viene presidida y originada por la Virgen María, que llama, urge y anima con su propio ejemplo, como hemos visto al hablar de la Virgen como modelo, molde y espejo. Lo quiere «nuestra Madre». En mi caso, si volviera María «de nuevo», ¿cómo actua– ría?, ¿cómo reaccionaría?, ¿qué actitud tomaría? La presen– cia de la Madre será como una luz que penetra toda la vida sacerdotal, que inspira y esclarece el «proyecto de vida», que robustece la fidelidad, que madura la personalidad. Se combate con más ardor cuando se oye la voz de la Madre que da ánimos e invita a vencer; cuando los ojos de María se te clavan en el espíritu y aprueban tu comportamiento; cuando notas -¿no habéis advertido esa sensación casi fí– sica y sensible?- que te coge de la mano y te obliga dulce– mente a continuar el camino con valor 18 . La devoción a María es incompatible con la tibieza, con la rutina, con la mediocridad espiritual. Porque el devoto mariano se encuentra siempre en tensión para descubrir lo que Dios quiere aquí y ahora; para escuchar una voz cono– cida, pero siempre «nueva», que explica lo que quiere a cada instante. Esta llamada, esta voz, hace que el alma pre– gunte, consulte, indague qué quiere Dios en cada instante. Y después de cada llamada, la renovación generosa, original e ilusionada de la misma respuesta: «Señor, ¿qué queréis que haga?» El sacerdote devoto de María alcanza pronto una madu– rez superior a sus años, porque -como Ella- «lo conserva todo en su corazón para meditarlo». No improvisa la res– puesta, no se deja llevar de la prisa alocada, no se embarca en empresas temerarias. Antes de tomar una decisión, va al encuentro de María para preguntarle: «¿Cómo actuarías tú en mi lugar?» Cuando se mama la devoción a María desde la más tierna infancia, llega a hacerse tan connatural, que el 18 Ibid. 242

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