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pueda avergonzarle a los ojos de la Virgen. Y en plan posi– tivo, a mirarlo todo, a escucharlo todo, a pensarlo todo con la pureza, la elevación y la grandeza exigibles a un verda– dero hijo de María. La verdadera devoción a María es esencialmente «cristo– céntrica». Todo dice una referencia expresa a Cristo Jesús. Todo está en función de Jesucristo. El devoto apasionado de la Virgen sabe por propia experiencia que, para encontrar a Jesús, hay que buscarlo en los brazos de María, en la casa de María, en el mundo de María. Los datos evangélicos y la más acreditada tradición teologal nos llevan a la convicción de que Jesús está siempre «con María». Los primeros adora– dores que van a Belén encuentran a Jesús «con María, su Madre». En Caná, Jesús hace el milagro que inaugura su hora porque se lo pide su Madre. En Pentecostés, el Espí– ritu Santo renueva a los discípulos, que estaban orando «con María». Jesús, en la cruz, encomienda a la Virgen al discí– pulo amado y nos deja a María por Madre. María está «junto a la cruz de Jesús». Es como una ley en la vida cristiana. Si querernos encon– trar a Jesús, hay que buscarlo «por» y «en» y «con» María. Sencillamente -en una perspectiva de criterio sobrenatu– ral-, María es el camino más recto, más corto y más seguro para encontrar a Jesucristo. Este es el estado de la cuestión, expuesto con precisión y rigor: «En la Virgen María, todo es referido a Cristo y todo depende de El» (Maria/is cultus, de Pablo VI). Lo recuerda bellamente Juan Pablo II, en Zaragoza: 6 Ibid. 234 «Todos los motivos que encontramos en María para tributarle culto son don de Cristo, privilegios depositados en Ella por Dios, para que fuera la Madre del Verbo. Y todo el culto que le ofrecemos redunda en gloria de Cristo, a la vez que el culto mismo a María nos conduce a Cristo» . .. . «Como es obvio, estas relaciones reales existentes entre Cristo y María hacen c¡ue el culto mariano tenga a Cristo como objeto último» 6 •

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