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nalmente todas las luchas entre el bien v el mal, entre la luz y las tinieblas que sacuden el mundc). Acoge nuestro grito dirigido en el Espíritu Santo directamente a tu Co– razón y abraza con el amor de la Madre y de la Esclava del Señor a los pueblos que más esperan este abrazo, y, al mismo tiempo, a aquellos cuya entrega tú también es– peras de modo especial. Toma bajo tu protección ma– terna a toda la familia humana, a la que con todo afecto a ti, Madre, confiamos. Que se acerque para todos el tiempo de la paz y de la libertad, el tiempo de la verdad, de la justicia y de la esperanza» 4 • ¡Cuídalos, Madre! Los dejo en tus manos. Juan Pablo II no se cansa de pedir a la Virgen por todos, por todo. Como el Pobrecillo de Asís, cuando se siente agobiado por su mi– sión pastoral, allá va junto a la Señora para «descansar» y para renovar su celo apostólico. Pero no se contenta con las intenciones «generales»; quiere pedir también por inten– ciones particulares, como lo ha hecho en su hermosa «Plega– ria a la Virgen del Pilar», que debiéramos rezar a diario todos los que amamos a María: «¡Dios te salve, María, Madre de Cristo y de la Igle– sia! ¡Dios te salve, vida, dulzura y esperanza nuestra! A tus cuidados confío esta tarde las necesidades de todas las familias de España, las alegrías de los niños, la ilusión de los jóvenes, los desvelos de los adultos, el dolor de los enfermos v el sereno atardecer de los ancianos. Te enéomiendo la fidelidad y abnegación de los minis– tros de tu Hijo, la esperanza de quienes se preparan para ese ministerio, la gozosa entrega de las vírgenes del claustro, la oración y solicitud de los religiosos y reli– giosas, la vida y empeño de cuantos trabajan por el reino de Cristo en estas tierras. En tus manos pongo la fatiga y el sudor de quienes trabajan con las suyas, la noble dedicación de los que transmiten su saber y el esfuerzo de los que aprenden; la hermosa vocación de quienes con su ciencia y servicio ali– vian el dolor ajeno; la tarea de quienes con su inteligen– cia buscan la verdad. En tu corazón dejo los anhelos de quienes, mediante los quehaceres económicos, procuran honradamente la prosperidad de sus hermanos; de quienes, al servicio de la verdad, informan y forman rectamente la opinión pú- 4 Plegaria a la Inmaculada. 232

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