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cuya competencia directa es de los laicos, con el riesgo de dolorosos incidentes, como prueba la experiencia del pa– sado: «Así también, la palabra del mensaje evangélico con– fiada al sacerdote es palabra de perdón que libera de la alienación del pecado y vuelve a encender la esperanza en el corazón. No hay duda de que aquélla despliega ac– ción lenitiva en las heridas que acaso dejó la culpa en la 'psique' de quien fue responsable; pero no habrá de ser el sacerdote quien se haga cargo de la específica terapia psicológica que trate de solucionar los traumas subsi– guientes a experiencias equivocadas del pasado» (Adver– tencia del Santo Oficio del 15 de julio de 1961, 3...) 7 El sacerdote no es un técnico, ni un funcionario, ni un hábil administrador,. ni un líder sindicalista. No debe, por tanto, comprometerse en tareas temporales que pueden po– ner en peligro su misión específica. Su mensaje puede des– templar la conciencia del hombre y decidirlo a la justicia, a la solidaridad, al desprendimiento. Pero no debe dedicarse a la aplicación concreta de la doctrina de la justicia social o al arreglo práctico de los problemas laborales: «La palabra que anuncia el sacerdote alcanza la cum– bre en el sacrificio eucarístico, en que el pan, que es el cuerpo de Cristo, 'se parte' y 'se da' a los hombres. ¿ Quién no ve en este gesto una invitación clara a com– partir todos los otros bienes que el Creador ha puesto en la 'mesa' de la tierra para los hombres, que son todos hijos suyos por igual? Y, sin embargo, la labor concreta para la distíón más equitativa entre individuos y naciones de los recursos disponibles es tarea que llama en causa, directamente, no al sacerdote, sino a los responsables de la vida económica y política en ámbito de la ciudad, la nación y el mundo entero» (Lumen gentium 36; Apostoli– cam actuosítatem 14; Gaudium et spes 69) 8 • No se trata de la fuga cobarde de un compromiso con– creto. El sacerdote tiene que evitar hasta la apariencia de parcialidad, y para ello no debe uncirse a ningún carro te– rreno. Si quiere actuar con plena libertad, no puede ali– nearse en ningún partido ni ser «parte en causa». El sacer- 22 7 En Bolonia (18/IV/1982), p.153. 8 Ibid.
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