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El sacerdote es, ante todo y esencialmente, el «hombre de Dios». Pero, al mismo sin desmentir esta característica, es un hombre «constituido» para el bien de los hombres. Hay que mantener a toda costa la doble dimensión de la identidad del sacerdote en el planteamiento y en el ejercicio del ministe– rio. que «sintonizar» con San Francisco, que fue --<,con– viene repetirlo»-- espíritu apostólico y evangélico. Con Francisco como «modelo emblemático de conducta» traza Juan Pablo el ideario y las directrices del programa apos– tólico para hoy. Es un pasaje bellísimo que constituye un reto a la capacidad de disponibilidad del sacerdote y a su celo pas– toral. Hay que pensar, rumiar, saborear cada una de sus cláu– sulas para convertirlas en norma de acción, para que se con– viertan en una «fuerza impulsiva» en las tareas amplias y unwn•w,· que esperan al sacerdote, aquí y ahora: ,,Este es el estilo del operario evangélico: consiste en an– dar valientemente por los caminos del mundo, con despren– dimiento total de las cosas de la tierra, portadores de paz y anunciadores de la venida del Reino. Hoy, todavía más que en el pasado, hay que ir a proclamar a los hombres la Buena Noticia del amor misericordioso de Dios, v con ella el deber de responder a este amor anterior y préveniente; ir promover el bien integral de los hombres; ir sin contra– poner la tarea del servicio a Dios y la del servicio a los her– manos; ir y más bien coordinar en síntesis equilibrada la llamada dimensión vertical hacia lo alto, hacia Dios, con la horizontal encaminada a los hombres» 19 • La figura de Francisco se ha labrado en la Iglesia. Es un hijo fidelísímo que arna apasionadamente a la En el frontispicio de sus dos Reglas, junto al compro– miso de el santo Evangelio como norma y vida, hay una proclamación de entrañable afecto y de lealtades sin fi– sura al Papa y a la Iglesia. Francisco «sintoniza» expresiva– mente con la Iglesia en actitudes, en sentimientos, en todo. Hasta los mínimos detalles de su vida están impregnados de estilo eclesial: 19 Ibid. 219