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Sobre todo. el mundo admira a San Francisco porque ve en él una copia auténtica, fiel y, por lo mismo, creíble de Cristo Jesús. «He aquí el nudo de la respuesta. El es alter Christus, pero no de palabra ni de iure solamente (como lo sería en fin de cuentas quien se profese cris– tiano); él es tal también y sobre todo en la realidad de su vida. En un determinado momento. como bien sabéis. cuando era un muchacho brillante de la Asís medieval pletórica de vitalidad, hizo una opción radical y gene– rosa: se despojó de todo. renunció a la herencia pa– terna y. desnudo ya y marginado. decidió seguir total e irrevocablemente al Señor Jesús desde el nacimiento en la gruta de Belén hasta el Calvario. Y se mantuvo fiel a esta 'opción fundamental' poniendo en práctica un se– guimiento efectivo paso a paso de las huellas del Re– dentor, hasta los estigmas del monte Alvernia, hasta la muerte en la tierra desnuda allá abajo, en la llanura al píe de la ciudad» 15 • Esta ,,opción fundamental» por Cristo apasionadamente amado _,,n,cr- ilusionada, continuamente renovada, irre– vocable- es la característica más relevante de la identidad sacerdotal. como queda dicho en un largo capítulo de la pri– mera parte ( El hombre de Dios). La identificación con Cristo es mucho más que una reali– dad jurídica o canónica. Es un hecho misterioso e inefable que configura toda la existencia sacerdotal. El sacerdote ac– túa in persona Christi. Es un alto e inmerecido honor, pero conlleva la máxima exigencia de responsabilidad. Hay que «doblar» a Cristo en el ser y en lo más entrañable de la pro– pia vida. Y esto supone un reto para el sacerdote: no es también el sacerdote alter Christus? Lo es y serlo por el carácter sacramental impreso en su alma por la ordenación presbiteral; lo es y debe serlo por la función de representante legítimo de Cristo a que ha sido elevado; lo es y debe serlo por los contactos ininte– rrumpidos y diarios que en virtud de su ministerio man- En la catedral de Asís. Personas consagradas. 215