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que asuman su responsabilidad en este campo. Así se pon– drá de manifiesto que los cristianos son los primeros a la hora de contribuir lealmente al bien de la sociedad, al servi– cio de la patria, sobre todo al desarrollo» 5 . «DIOS MIO Y MI TODO» Dios es el único valor absoluto para el sacerdote, la única razón de ser de su existencia y de su destino, la esen– cia y sustancia de su misión. El sacerdote es un «hombre para los demás» en virtud de su manera peculiar de ser un «hombre para Dios». Lo recuerda el Papa con energía en su mensaje de Río de Janeiro: «Quede así bien claro que el serv1c10 sacerdotal, si quiere permanecer fiel a sí mismo. es un serv1cm exce– lente y esencialmente espiritual. Que se acentúe esto hoy, contra las multiformes tendencias a secularizar el servicio del cura, reduciéndolo a una función meramente filantrópica. Su servicio no es el del médico, del asistente social, del político o del sindicalista. En ciertos casos, tal vez, el cura podrá prestar, de manera supletoria, esos servicios, y en el pasado los prestó de forma muy nota– ble. Pero hov esos servicios son realizados adecuada– mente por ot1~os miembros de la sociedad, mientras que nuestro servicio se especifica cada vez más claramente con un servicio espiritual. Es en el campo de las almas, de sus relaciones con Dios y de su relación interior con sus semejantes, donde el sacerdote tiene una función esencial que desempeñar. Es ahí donde debe realizar su asistencia a los hombres de nuestro tiempo. Ciertamente, siempre que las circunstancias lo exijan, no debe eximirse de prestar también una asistencia material mediante las obras de caridad y la defensa de la justicia. Pero, como he dicho, eso es, en definitiva, un servicio secundario que no debe jamás perder de vista el servicio principal, que es el de ayudar a las almas a descubrir al Padre, abrirse a El y amarlo sobre todas las cosas» 6 . La inversión en la jerarquía de valores convierte al sacerdote en un desintegrado, en un entremetido en campos 5 Ibid., p.71. 6 En Maracaná, Río de Janeiro (2/VII/1980), p.255. 21
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