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una exigencia de la m1s1on profética de la Iglesia, como se dice expresamente en un pasaje del Concilio Vaticano II: «Firmes en esta convicción, los padres conciliares no dudaron en condenar sin medias tintas todo cuanto atenta contra la vida -homicidios de cualquier clase, ge– nocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio delibe– rado---; cuanto viola la integridad de la vida humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbi– trarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad ¿ a la res– ponsabilidad de la persona humana,, (GS n.27) . En un gesto coherente, Juan Pablo II ha dicho un «no» rotundo, sin paliativos, al divorcio, al homosexualismo, a las relaciones pre y extramatrimoniales, a los totalitarismos de todo signo que degradan al hombre, al celibato opcional, a los anticonceptivos, al permisivismo moral, al humanismo sin Dios, al aborto. Y ha dicho bien claro -lo ha gritado a los cuatro vientos- que lo hace para cumplir con su misión, porque no quiere «traicionar» su misión ... 8 La misión de la Iglesia. Discurso de apertura de la III Conferencia ge– neral del Episcopado latino-americano, en Puebla (28/I/1979). 208
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