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ciertas interpretaciones del Vaticano II que no correspon– den a su magisterio auténtico. Me refiero con ello a las dos tendencias tan conocidas: el 'progresismo' y el 'inte– grismo'. Unos están siempre impacientes por adaptar in– cluso el contenido de la fe, la ética cristiana, la liturgia, la organización eclesial, a los cambios de mentalidades, a las exigencias del 'mundo', sin tener suficientemente en cuenta no sólo el sentido común de los fieles, que se sienten desorientados, sino lo esencial de la fe ya defi– nida: las raíces de la Iglesia, su experiencia secular, las normas necesarias para su fidelidad, su unidad, su univer– salidad. Tienen la obsesión de 'avanzar', pero ¿hacia qué 'progreso', en definitiva? Otros, haciendo notar determinados abusos que noso– tros somos los primeros, evidentemente, en reprobar y co– rregir, endurecen su postura deteniéndose en un período determinado de la Iglesia, en un determinado plano de for– mulación teológica o de expresión litúrgica que consideran como absoluto, sin penetrar suficientemente en su profundo sentido, sin considerar la totalidad de la historia y su desa– rrollo legítimo, asustándose de las cuestiones nuevas, sin admitir en definitiva que el Espíritu de Dios sigue actuando hoy en la Iglesia, con sus pastores unidos al Sucesor de Pedro. Estos hechos no deben extrañar si se piensa en los fe– nómenos análogos en la historia de la Iglesia. Pero no por ello deja de ser necesario concentrar todas las fuerzas en la interpretación justa, es decir, auténtica, del magiste– rio conciliar, como fundamento indispensable de la auto– realización ulterior de la Iglesia, para la cual ese magiste– rio es la fuente de inspiraciones y orientaciones justas. Las dos tendencias extremas que acabo de señalar traen consigo no sólo una oposición, sino una división desca– rada y perjudicial, como si se provocaran mutuamente, hasta el punto de crear desazón en todos, como un escán– dalo, y gastar en esa actitud y esta crítica recíproca mu– chas energías que serían tan útiles para una verdadera re– novación. Hay que esperar que los unos y los otros, a quienes no faltan la generosidad ni la fe, aprendan humildemente a superar, juntamente con sus pastores, esta oposición entre hermanos, para aceptar la interpretación auténtica del Concilio -porque ésta es la cuestión de fondo- y para afrontar juntos la misión de la Iglesia, en la diversi– dad de su sensibilidad pastoral. Ciertamente, la gran mayoría de los cristianos de vuestro país están dispuestos a manifestar su fidelidad y su disponibilidad para seguir a 205

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