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y tan colmada? La teología, la filosofía, las humanidades vi– ven todavía de las «rentas,, del pasado. re– nunciar la Iglesia al patrimonio cultural y artístico: ciencia, pintura, escultura, literatura, poesía y todas las formas del arte? ¿Quién se atreve a emular a San Buenaventura en su colosal intento de impregnar de Dios y de sentido trascen– dente todo el saber humano con su De reductione artium ad theologiam? Los maestros de la pastoral del pasado han sido un ejemplo de pastoral «adecuada» a las exigencias de su tiempo. El protagonismo de la Iglesia se ha debido a su competencia, a la adaptación a su tiempo, a sus experiencias renovadoras y audaces, a su presencia en los puestos de avanzada, a su dedicación a los humildes y marginados de la sociedad, a su celo y a su santidad. La debe ser, pues, retro-oculata. Pero no puede contentarse con mirar al pasado por las razones ya expuestas. Por ley de su dinamismo interior y por las características de su misión tiene que «estar al día», para no perder las claves expresivas del lenguaje del hombre de hoy. El «inmovilismo» se parece mucho a la muerte. Y la Iglesia es abanderada de la resurrección y de la vida. Por eso, la Iglesia mira siempre hacia el futuro, es ante– oculata. ¿Cómo podría «ir», que significa marchar hacia adelante, abrir caminos nuevos, «crear» iniciativas renovadoras, reno– varse cada día ... , con posturas a la defensiva o con una acti– tud de recelo y desconfianza? ¿Cómo podría cumplir su compromiso de evangelización y santificación si deja de ser el «camino del hombre», del hombre histórico, redimido por Cristo; si se inmoviliza en el pasado? La Iglesia peregrina no puede instalarse en el pasado, porque han cambiado «profundamente» las maneras de pensar y de sentir, y estos cambios afectan profundamente a la dimensión religiosa del hombre, que es el destinatario de su mensaje. No puede predicar al mundo entero, a todos los hombres, si ignora su lenguaje, su situación existencial, su problemática, su modo de pensar, de sentir, de comportarse y de vivir. Y, ante todo, la Iglesia mira a Dios. Es supra-oculata, por las razones que hemos expuesto al hablar del Redentor del hombre y de la misión específica de la Iglesia en el mundo. De lo alto, de El, vienen la inspira– ción, la fuerza, la renovación, el vigor, la valentía, el per- 202
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