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Porque ha tenido que pagar una factura excesiva por su saber y sus conquistas. Ha conseguido dominar el mundo, pero no sabe dominarse a sí mismo. Ha subido a la Luna y la ha «apresado» en potentes cámaras fotográficas, pero los niños no disponen de un mapa de la Tierra para aprender geografía. La macro-ciudad se hace inhabitable por la polu– ción atmosférica. Los campesinos -injustamente dis– criminados- inmigran a la ciudad y forman los «cordones de miseria» del suburbio, en condiciones inaguantables de penuria: no hay viviendas, no hay higiene, no hay servicios sanitarios, proliferan las ratas como en los capítulos estre– mecedores de La peste. Las zonas negras del suburbio sufren la fiebre de la inflación y la ,<plaga del paro», y sur- la tentación de la delicuencia juvenil e incluso infantil, quiebra de la familia, la evasión engañosa de los estupefa– cientes, la desintegración de la persona por la adicción a la droga. Surge, en algunos pueblos subdesarrollados, el fan– tasma sin alma del hambre, que siega con crueldad la vida de los niños... En nombre de los «humanismos» se ha deshumanizado al hombre. Amputada la dimensión de lo absoluto, el hombre busca otros valores que reemplacen a Dios, se siente desasosegado vacío porque, sin no encuentra sentido para su vida. es el único valor absoluto en la vida del hombre, y todo esfuerzo por desentenderse de El desemboca en la pér– dida de los valores fundamentales del hombre mismo, empe– zando por la dignidad de la humana, principio y base de todos sus derechos y El hombre contemporáneo vive una psicosis de inseguri– dad física y moral, porque la técnica lo ha desbordado y puede producirse el cataclismo por sorpresa por una avería en las centrales nucleares, por la ruptura de un pantano o por el recurso en un momento de nerviosismo o de locura a las potentísimas armas modernas de exterminio. Por otra parte, el hombre de hoy carece de certezas funda– mentales, porque se desentiende de las ciencias del espíritu, optando por una formación antimetafísica. Y este desentendi– miento deliberado conduce al agnosticismo, que margina ex– presamente la perspectiva de Dios, de la misma existencia de Dios, de su presencia dinámica y creadora en la historia perso– nal y colectiva de los pueblos, de sus leyes y mandamientos. 199

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