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2000, «La Iglesia espera hallar en los sacerdotes personas espirituales. es decir. que con su vida y conducta testimonien, de modo creíble y convincente, la presencia de Dios y de los va– lores del espíritu en nuestra sociedad; que, en gran parte, se caracteriza por el materialismo teórico o práctico, pero también por una inex– tinguible sed de Dios de valores espirituales. Esto ha de vivirse va los años del semi– nario. Se necesitan testigos de la experiencia de Dios,,. JUAN PABLO II, Mensaje a los seminaristas de España, firmado en Valencia. La Iglesia no puede «pararse», ni «retrasarse», ni «retro– ceder». Porque es un organismo vivo y tiene que ejercer sus fun– ciones vitales a pleno rendimiento: renovarse, que es ha– cerse «nueva»; madurar, que es hacerse robusta; perfeccio– narse, que es hacerse santa. Por ley de su propio dinamismo interior, la Iglesia tiene que ocupar siempre las posiciones de avanzada que va con– quistando el hombre con su trabajo, su experiencia y su genio. No en vano es el mejor baluarte del hombre en su camino ha– cia Dios. La Encamación obliga a la Iglesia a «encarnarse» y a vivir con el hombre, entre los hombres, para llenarlos de gra– cia y de verdad. El sacerdote tiene conciencia de que es un hombre, uno más entre tantos millones, y que ha sido esco– gido de entre los hombres y que ha sido enviado para servir a los hombres. El sacerdote está siempre en misión de servicio. No puede instalarse cómodamente en casa, porque, en cualquier momento, tiene que desplazarse en misiones de urgencia --el amor de Cristo es siempre urgente-, o ir en busca del hermano que necesita su presencia y su ministerio. No puede proyectar su vida al margen del servicio, porque se ha expropiado voluntariamente y ya no es dueño de su tiempo, ni de su inteligencia, ni de sus talentos. No puede 197
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