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misterio de Cristo, a la presencia reaL verdadera y sustan– cial del Hijo de Dios vivo en la Eucaristía. «Era necesario» hacer esta llamada, porque dentro de la misma Iglesia -en algunos sectores, claro--- se han silenciado o se han minus– valorado algunos aspectos vitales del misterio eucarístico. La primera orientación es una llamada a volver a las fuentes de la pureza doctrinal sobre la Eucaristía: «Convendrá que el ponga bien de relieve -dice el Papa en su carta cardenal Knox-, ante todo, las bases de la doctrina eucarística. tal como ha sido reci– bida, meditada y vivida, desde los apóstoles, sin interrup– ción, por los mártires, los Padres de la Iglesia, la cristian– dad medieval, los concilios, la piedad moderna, las legítimas investigaciones de nuestro tiempo... » 1 «... De esta manera aparecerá en la integridad de su misterio el sentido pleno del pan partido... » 2 Era necesaria esta voz limpia, enérgica y autorizada para acabar con el confusionismo y las vaguedades sobre «tan alto sacramento». Estamos apesarados, buen papa Juan Pablo, por las teorías «novedosas» que mutilaban el misterio eucarístico con una impostación humanista. La «frac– ción del pan» llegó a convertirse -en algunos am– bientes-- en un banquete de exaltación del compañe– rismo, en una mesa redonda que provoca la comunicación interpersonal, marginando el carácter del sacrum convivium; - por el silenciamiento deliberado de la dimensión esencial de sacrificio para poner en primer plano el aspecto humano de fraternidad y de «comunicación de bienes»; por la campaña hostil contra quienes seguían predi– cando la enseñanza tradicional, de la más honda rai– gambre evangélica, apostólica y teologal, de la Euca– ristía como sacrificio, como renovación de la pasión, incruenta, pero real; como adoración -sacrificio la– tréutico--; como gratitud y acción de gracias -sacri- 1 Carta al cardenal J. R. Knox, con motivo del Congreso Eucarístico Internacional de Lourdes (11/I/1979). 2 Ibid. 190

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