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- el fiel tiene un derecho sacratísimo a la confe– sión privada, no sólo cuando está en pecado mortal, sino también cuando se confiesa «por devoción», como medio positivo de santifica– ción; como la confesión es un ministerio que nos ha «confiado la Iglesia», es ella de un modo exclu– sivo la que tiene competencia para decimos cómo lo tenemos que cumplir. El Papa reconoce que la pastoral de la penitencia ha te– nido un notable desarrollo en estos últimos años. No es el menor fruto de este esfuerzo el haber creado una «concien– cia de los valores del sacramento». Con todo, debido a va– rios factores convergentes --el tema de fondo es muy com– plejo--, asistimos a una peligrosa crisis de la penitencia. Cabría enumerar la pérdida del concepto del pecado, el con– fusionismo en temas de ética y moral, la debilitación del mismo sentido de la moral y de los valores espirituales, la acentuación del sentido crítico, el relativismo, el permisi– vismo, la falta de confesores. Es un hecho evidente: la gente se confiesa menos. Juan Pablo II afirma que las confesiones, ahora menos nume– rosas, «resultan sin duda más serias y más fervientes». Pero, en el mismo texto, recuerda que «hay serias razones para extrañarse y abrigar algún temor cuando, en ciertas re– giones, se ve a tantos fieles recibir la Eucaristía, siendo así que muy pocos se han acercado al sacramento de la reconci– liación». Se impone, pues, un plan orgánico de catequesis sobre la confesión con fines muy concretos: 186 que los fieles tengan una conciencia viva de su estado de pecadores; - que comprendan la necesidad y el sentido de un proceso personal de reconciliación, con la forma específica del sacramento, como exigencia previa para recibir dignamente la Eucaristía; que el aspecto comunitario de la penitencia no deje en la penumbra el compromiso individual de un encuentro personal con Dios; - que la confesión individual es un proceso libera– dor y educativo, ya que el hombre tiene com-

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