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gran tesoro en vasija de barro. En sus horas de Dios se re– conoce miserable pecador. Es sacudido por la tentación y siente en su propia carne el aguijón de las pasiones. El sa– cerdote no está exento de ser tentado. Por eso, los sacer– dotes celosos frecuentan la confesión con tanta humildad y confianza. Juan Pablo II nos brinda un pasaje lleno de realismo y de sensibilidad espiritual. Emociona y reconforta el ánimo: «Ningún estado de vida está exento de tentaciones, y vosotros sentiréis también las vuestras. Con la gracia de Dios y con un esfuerzo perseverante, debéis esforzaros en resistir a todo tipo de tentación que pueda sobreve– niros: por ejemplo, el relajamiento de la disciplina, la pe– reza, la inconstancia, la no disponibilidad, viajar dema– siado o disipar la energía apostólica. Confiando en la gracia, rechazaréis las tentaciones contra el celibato a base de vigilancia, oración y mortificación. Trataréis de no ser dominados por la atracción de las cosas materiales y no pondréis vuestra alegría en el dinero, en grandes coches ni en una alta posición social. Los partidos políticos no son para vosotros. Es el campo propio del apostolado laical. Muchos de vosotros sois consiliarios laicos que en materias políticas han de asumir su propia función distintiva ( Gau– dium et spes 43). En el fortalecimiento para la lucha contra la tentación, el sacramento de la penitencia tiene gran im– portancia para todo sacerdote. En él nosotros mismos, mi– nistros de la reconciliación, encontramos para nuestra pro– pia vida la acción salvadora y confortadora de Cristo, su perdón y su amor misericordioso» 12 . La dedicación al confesonario es enriquecedora y recon– fortante. El sacerdote vive a diario la experiencia de la gracia, del perdón y del grande y misericordioso amor de Dios. Ago– biado por las intensas jornadas de confesonario, siente una intensa paz interior y una alegría incomparable por su sublime misión de perdonar, de repartir a manos llenas el perdón, la misericordia y la paz. Es estremecedor represen– tar a Cristo para dar ánimo, infundir esperanza, estimular a la vida santa, dirigir a los hermanos por los caminos de Dios. El sacerdote "palpa» la acción divina en los demás. 12 Ibid. 184

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