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tiana de discípulo del Crucificado? ¿Me dejo invadir por las enseñanzas del Crucificado? . Hay que poner de nuevo sobre el tapete las grandes pa– labras olvidadas, tan impopulares en nuestra sociedad «per– misiva»: mortificación, penitencia, tentación, combate, «prueba», culpabilidad, pecado, «crucifixión». Hay que des– pertar y afinar la conciencia de pecado, por fidelidad al Re– dentor y a las promesas que le hemos hecho en el bautismo. Hay que «rasgar los corazones» como represalia contra el pecado. Es lo que nos recuerda el Papa con decisión y reite– ración: «El hombre contemporáneo experimenta la amenaza de una impasibilidad espiritual y hasta de la muerte de la conciencia; y esta muerte es algo más profundo que el pecado: es la eliminación del sentido del pecado. Concu– rren hoy muchos factores para matar la conciencia de los hombres de nuestro tiempo. Y esto corresponde a la rea– lidad que Cristo ha llamado 'pecado contra el Espíritu Santo'. Este pecado comienza cuando al hombre no le dice ya nada la palabra de la cruz como el grito último de amor, que tiene el poder de rasgar los corazones» 6 • La cruz es «locura» y «escándalo» para quienes recortan la vertical del hombre, cortando la comunicación con el Hijo de Dios. El humanismo vuela siempre a ras de tierra, porque la materia «ha tocado» sus alas. El relativismo, desde la miopía de sus perspectivas coyunturales y pragmá– ticas volubles, quita hierro a los valores absolutos y destruye el sentido del pecado. El hombre, ofuscado por la tentación fascinante de endiosamiento, se rebela contra su Señor en nombre de su total autonomía, que no admite más normas que su libertad absolutizada. El cristiano, en cambio, reconoce todas sus limitaciones ontológicas y éticas con amorosa humildad. Sabe que es un ser contingente y pecador, pero se siente «re-ligado» a Dios como Creador y como Padre, y forma su conciencia con cri– terios rectos, ajustados a normas superiores que dimanan de Dios. La conciencia es la voz de Dios que habla desde den– tro, desde lo más profundo del ser, hecho a imagen y seme– janza de Dios. El cristiano «conoce a Cristo, pobre y crucificado», y «se 6 Rasgad vuestros corazones. En el «Angelus» (1/IV/1979). 180
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