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La evangelización «levanta la pieza»: hace surgir los buenos deseos de una vida cristiana ejemplar y santa. Pero este deseo de conversión se realiza cuando el hijo pródigo se encuentra con su Padre y le confiesa sus pecados, y cele– bran juntos el banquete de la reconciliación. La confesión es un momento de especial intensidad. El pecador se encuentra personalmente con Dios y le rinde cuentas: - de sus fallos, en una ordenada jerarquía de va– lores: para con Dios, para con el prójimo, para consigo mismo, de su pereza en el servicio, del cansancio en sus obligaciones, de la cobardía en la lucha, de la rutina, de la tibieza, del «pasotismo», - de los pecados de pensamiento, palabra, obra y omisión, - de los fracasos en su proyecto de vida, que queda siempre a medio camino o en los co– mienzos, - del pesimismo derrotista que lo invade y lo inutiliza para la acción, - del egoísmo insolidario y empobrecedor, de las ambiciones terrenales, del desentendimiento, del desamor, de la infidelidad a la gracia del propio estado, - de la mentalidad profana, de los juicios de valor inspirados en el ambiente pagano y permisivista, de la falta de testimonio y coherencia en la pro– pia vida. El papa Juan Pablo II recuerda que la Iglesia defiende con la confesión individual el «derecho del hombre a un en– cuentro más personal con el Cristo crucificado, que per– dona», y del «derecho de Cristo a encontrarse con cada uno de noJotros en aquel momento clave de conversión y per– dón»-. La práctica de la confesión individual es «multisecular» en la Iglesia y reviste una importancia capital en la vida cris– tiana. Por eso el Papa entona un canto vibrante a la confe– sión sacramental en el contexto de la fe y la conversión: 2 Eucaristía y confesión individual. A un grupo de obispos de la India (26/IV/1979). 178

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