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,,otro Cristo». Y este ideal hay que realizarlo en la oración, en la reflexión profunda del Evangelio, en la frecuentación de los sacramentos y, de un modo especial, en la participa– ción frecuente en la Eucaristía. Cambiando la identidad sacerdotal por la identidad «cris– tiana», el camino de santidad es Cristo para todos. Sí, hay que decir al cristiano, sin miedo --de un modo persuasivo y convincente- que tiene que ser santo porque Cristo le ha llamado para ser santo. Hay que gritarle que Cristo es la suprema razón de - su existencia, - que se deje cautivar, apresar, arrastrar y «coger» por Cristo, - que no tenga miedo a Cristo, que abra de par en par las puertas a Cristo. Es un eslogan que el buen papa Juan Pablo II ha hecho popular y que repite con fruición y entusiasmo. Esta aper– tura a Cristo es hoy urgente para descubrir el verdadero sentido de la vida, para captar y acoger el proyecto de Dios en la propia historia personal, para proporcionar al hombre contemporáneo razones sólidas para vivir, para esperar y para realizarse en todo el ámbito de la persona, tanto a ni– vel individual como colectivo. Es una invitación estimulante: «abrid de par en par las puertas a Cristo». Lo dijo el Papa en Puebla y lo ha vuelto a gritar hasta la saciedad: «No me cansaré yo mismo de repetir, en cumpli– miento de mi deber de evangelizador, a la humanidad en– tera: ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora las puertas de los Estados, los sistemas económicos y po– líticos, los extensos campos de la cultura, de la civiliza– ción y el desarrollo» 1 . Así, pues, como decíamos, «evangelización-sacramentali– zación» van unidas. ¿Habrá mejor evangelización que comprometer al cris– tiano con la figura viva del hijo que se va a bautizar, con las imágenes plásticas de la luz, que es Cristo -luz que hay que poner en lo alto para que el cristiano brille por su ejem- 1 En Puebla (28/I/1980). 176
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