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«Ejerced vuestras tareas ministeriales como otros tantos actos de vuestra consagración, convencidos de que todas ellas se resumen en una: reunir la comunidad que os será confiada en la alabanza de Dios Padre, por Jesucristo y en el Espíritu, para que sea la Iglesia de Cristo sacramento de salvación... Por eso, haced de vuestra total disponibili– dad a Dios una disponibilidad para vuestros fieles». JUAN PABLO II. Homilía durante la ceremo– nia de ordenación sacerdotal celebrada en el paseo de la Alameda, de Valencia. En el envío de los apóstoles constan estos dos momentos en la vida de la Iglesia: «Id y predicad el Evangelio a toda criatura, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Más que de dos «momentos», se podría hablar de dos funciones o, mejor aún, de la doble dimen– sión de un único servicio pastoral. La Iglesia no es una rea– lidad plena hasta que se pone en marcha, con todo vigor, la vida sacramental. El enfrentamiento polémico, el antagonismo entre evan– gelización-sacramentalización, es otro error de perspectiva que no tiene razón de ser en la vida eclesial. Palabra y bau– tismo, predicación y sacramento se entrecruzan, se comple– mentan y se exigen en el dinamismo de la vocación cris– tiana. El hombre «nuevo», redimido por Cristo, se hace discípulo por la respuesta de fe a la llamada redentora, se fortalece con la confirmación para combatir y superar las pruebas, está unido al destino de Cristo por la gracia, queda rescatado por la sangre de Cristo, derramada en la cruz, y participa plenamente en la vida cristiana con la recepción de la Eucaristía. El proyecto de vida cristiana trasciende los horizontes de todo humanismo al realizarse en-desde-por el «misterio de Cristo», que ha entrado en su vida de un modo irrepetible. 174

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