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Dentro de este proceso dinámico y teologal, el argu– mento más poderoso y convincente a favor de la grandeza y de la dignidad del hombre es que Cristo dio su vida por sal– varlo. Exclama el papa Juan Pablo II: «¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos del Crea– dor si ha 'merecido tener tan grande Redentor', si 'Dios ha dado a su Hijo' a fin de que él, el hombre, 'no muera, sino que tenga la vida eterna'» 17 • Las pruebas del amor de Dios al hombre, de su preocu– pación por el hombre histórico y concreto, son abruma– doras. Dios ha querido salvar al mundo y redimir al hombre con designios tan maravillosos y misteriosos, que producen verdadero «estupor». La prueba decisiva es la encarnación del Hijo-Verbo, que se hizo hombre y nació de la Virgen María: «A través de la encarnación, Dios ha dado a la vida humana la dimensión que quería dar al hombre desde sus comienzos, y la ha dado de manera definitiva --de modo peculiar a él solo, según su eterno amor y misericordia, con toda la libertad divina- y, a la vez, con una magnifi– cencia que, frente al pecado original y a toda la historia de los pecados de la humanidad, frente a los errores del entendimiento, de la voluntad y del corazón humano, nos permite repetir con estupor las palabras de la safilrada li– turgia: ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!» Este estupor profundo ante la dignidad y el valor del hombre redimido se llama Evangelio. Cristo hace que el hombre se conozca a sí mismo, hasta lo más hondo de sí mismo, no sólo según criterios y medidas del propio ser in– mediatos, parciales y a veces superficiales e, incluso, mera– mente «aparentes». El hombre debe, con su vida y con su muerte, con la realización total de su destino, dejarse vivir y redimir por el Salvador. El hombre debe acercarse a Cristo «con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debili– dad y pecaminosídad, con su vida y con su muerte» 19 . 17 Redemptor hominis 10. 18 Ibid., l. · 19 Ibid., 10. 172
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