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esta prueba definitiva que es dar la vida: «Me amó y se en– tregó a la muerte por mí». El amor es el mejor guía y maestro para descubrir el misterio de la vida humana y el único camino válido para la comprensión del hombre. Es, al mismo tiempo, la única res– puesta válida del cristiano al plan providencial de Dios. Las reflexiones de Juan Pablo II son hermosísimas: «El hombre no puede vivir sin amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido, si no se encuentra con el amor, si no lo expe– rimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Por esto precisamente Cristo Redentor, como se ha dicho anteriormente, revela plenamente el hombre al mismo hombre. Tal es -si se puede expresar así- la dimensión humana del misterio de la redención» 10 • Y en esta dimensión es donde el hombre vuelve a encon– trar: - la grandeza, la dignidad, el valor, la identidad, el descubrimiento, la comprensión plena de lo que es el hombre, de su misión, de su destino. El Verbo encarnado es el único que puede llevarnos a una comprensión abierta del hombre, porque es Hombre verdadero -¡EL HOMBRE!- Camino, Verdad y Vida. Lo expresa el Papa con bellos matices: «El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo -no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes- debe, con su inquietud, incertidum– bre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por de– cirlo así, entrar en El con todo su ser, debe «apropiarse» y asimilar toda la realidad de la encarnación y de la re– dención para encontrarse a sí mismo» 11 . 10 Redemptor hominis 10. 11 Ibid. 169

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