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«de dominaciones, esclavitudes, discriminaciones, violencias, atentados a la libertad religiosa, agresiones contra el hom– bre y contra la vida»; en el permisivismo moral, que se traga los camellos de la lujuria desordenada y de la injusti– cia despótica sin remordimientos de conciencia, porque ha llegado a matar las conciencias... El pecado original está ahí: en los rostros avejentados prematuramente por la vida desordenada y viciosa. En los bajos fondos de la humanidad impotente y dolorida del sexo, las drogas, la violencia, la delicuencia. ¡Qué amargura la que se dibuja en esas caras sin ilusión, sin brillo, casi sin esperanza! El pecado original azuza las pasiones que llevan a los conflictos, a las guerras, a la sangre humana vertida en acciones de pesadilla. El pecado original está en el fondo de esa terrible tentación --de la «metatentación»-- que rechaza a Dios en nombre del hombre. 166 Y ahí quedan sus frutos amargos. Dijo el Señor: ·- Ganarás el pan con el sudor de tu frente. Y el trabajo se ha convertido en una exigencia ruda y dura para subsistir. El trabajo quema la frente de sudor y de preocupaciones, de turbación y miedo, porque llega a esclavizar. La lucha por la vida reviste caracteres tan dramáticos, que amplias zonas y grandes sectores del mundo del trabajo viven en con– diciones indignas de la persona humana, sin más hori– zonte que ir sobreviviendo. Y existen aún situaciones límites de marginación y precariedad que constituyen un revulsivo para los hombres rectos, como son el hambre, el analfabetismo, el colonialismo cultural, político y social y la «plaga» del paro. Por otra parte, el hombre se siente «amenazado» por lo que produce, es decir, «por el resultado del trabajo de sus manos, y más aún por el trabajo de su entendimiento, de las tendencias de su voluntad. Los frutos de esta múltiple actividad del hombre se traducen muy pronto y de manera a veces im– previsible en objeto de 'alienación'; es decir, son pura y simplemente arrebatados a quien los ha producido; pero, al menos parcialmente, en la línea indirecta de sus efectos, esos frutos se vuelven contra el mismo hombre; ellos están dirigidos o pueden ser dirigidos contra él. En
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