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realización «como hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios». La primera pareja humana perdió este dominio por su actitud de «rebeldía» y por su fragilidad ante la tentación de endiosamiento. Este fue el primer pecado --el pecado original- que dejó al hombre seriamente herido y con un lastre pesado como consecuencia. Los resultados del pecado original son tan «visibles» que hay que admitirlos por sentido elemental de realismo. La desintegración del hombre en todas sus formas pecaminosas radica en la «rebelión» contra los planes de Dios. El hombre «deshumanizado» y frágil, some– tido a todos los ramalazos del instinto y a todas las torpezas que enumera San Pablo en su carta a los Romanos, es una consecuencia del pecado original. Y, en el fondo, el temor, la turbación, la violencia, el sufrimiento, las injusticias --esa situación tensa de angustia y temor que analiza la Redemptor hominis- son el poso amargo que dejó en el paladar del hombre el fruto prohi– bido. El pecado deformó la imagen divina en el hombre. Cortó el vínculo de amistad que lo unía a Dios. Fue una ruptura con Dios, de dimensiones catastróficas, que cambió el rumbo de la historia humana con una desorientación de base. El olvido, sobre todo culpable, del pecado original hace incomprensible la historia personal y colectiva de la humanidad. Adán nos dejó una herencia maldita y una deuda enorme que había que cancelar y redimir. Y el hom– bre, esclavizado por la culpa, era incapaz de hacerlo. En las fuentes turbias del pecado original nacen todos los ríos del mal que surcan nuestro angustiado mundo. Los pecados personales y colectivos de hoy, de ayer y de ma– ñana no son más que afluentes «contaminados» que engro– san su caudal hasta «salirse de madre». Con frecuencia, el hombre contemporáneo ha presenciado cómo las riadas se llevaban las cosechas e inundaban pueblos enteros. Sí, el pecado original es demasiado evidente para ne– garlo. Está ahí, agazapado bajo etiquetas, ideologías y modelos de sociedad de cara inocente e incluso de formas fasci– nantes. Está disfrazado en los humanismos, que nos dan «una visión del hombre estrictamente económica, biológica o psíquica; en las ideologías, que dan como fruto toda clase 165
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