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ni encuadrado en un plan a radio universal y auténticamente humanístico, «amenazan» el ambiente natural del hombre, lo «enajenan» en sus relaciones con la naturaleza y lo apar– tan de ella. El hombre parece no percibir otros valores que los inmediatos del uso y del consumo. El cuadro de la civilización de consumo es radicalmente injusto, pues mientras unos disfrutan en exceso de los bienes necesarios y superfluos, amplios sectores de la socie– dad mueren de hambre y desnutrición. La economía de consumo se confiesa incapaz de resolver las injustas situaciones sociales heredadas del pasado y de enfrentarse a los desafíos y a las exigencias éticas. Urge el remedio. Hay que proclamar las exigencias éticas y las normas objetivas del orden moral para salvar al hombre moderno de sus contradicciones y de sus frustra– ciones: «Si la humanidad quiere controlar una evolución que se le escapa de la mano, si quiere sustraerse a la tenta– ción materialista, que gana terreno en una huida desespe– rada hacía adelante; si quiere asegurar el desarrollo au– téntico a los hombres y a los pueblos, debe revisar radicalmente los conceptos de progreso que, bajo sus di– versos nombres, han dejado atrofiar los valores espiri– tuales» 14 . La gran paradoja de los «humanismos» es que fallan sus premisas aplicadas al hombre: no salvan su identidad especí– ficamente humana, no trazan con claridad su vocación, su quehacer fundamental en la vida; no dan razones convin– centes para que se realice como persona libre, responsable y creadora. El humanismo ateo, porque anula la más pro– funda realidad del hombre: su dependencia del absoluto, su metafísica relación de ser por otro y para otro, su fragilidad existencial, su radical contingencia. Los demás humanismos, sistemas o ideologías, porque padecen un «vistoso» error de perspectiva: nos presentan un hombre abstracto, autosufi– ciente, perfecto, desgajado de sus tendencias pecaminosas y de sus fallos reales. Fallan las premisas y se distorsionan las conclusiones, porque el silogismo es formalmente falso. Y, en nombre del humanismo, se ha «deshumanizado» al hombre. 14 A los trabajadores, en Monterrey (31/I/1979). 160

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