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- irreductible a una simple parcela de la natura– leza, - o a un elemento anónimo de la ciudad humana; - no puede encerrarse en una visión estrictamente económica, biológica o psíquica, - no es un ser sometido a los procesos económicos o políticos, sino que estos procesos están orde– nados al hombre y sometidos a él 10 • La «radiografía» pontificia analiza otros síntomas preocu– pantes. Está bien el legítimo orgullo del hombre por sus conquistas. Pero, en el reverso de la medalla, nos encon– tramos con sus derrotas y fracasos, que infunden un pavor instintivo. De un lado, el progreso ha demostrado la «genia– lidad» del hombre. El desarrollo ha llegado a rebasar todas las fronteras imaginables en el descubrimiento de mundos nuevos, en la explotación a pleno rendimiento de las fuentes de producción, en la creación de nuevas riquezas. El hom– bre ha llegado a dominar la naturaleza y es difícil no descu– brir en este progreso tan maravilloso auténticos signos de la grandeza del hombre en su «creatividad». Con todo, es peli– groso dejarse llevar por la «euforia y por el entusiasmo uni– lateral de sus conquistas... » Los fallos son excesivamente peligrosos, porque han acentuado en el hombre el concepto de la angustia vital, lo que podríamos llamar «psicosis de miedo». El hombre se siente amenazado, manipulado y explotado ante un presente injusto y un futuro incierto. Y se pregunta, atenazado por el miedo, sobre las cuestiones fundamentales: «Este progreso, cuyo autor y fautor es el hombre, ¿hace la vida del hombre sobre la tierra, en todos sus as– pectos, 'más humana', la hace más 'digna del hom– bre'?» 11 Y resulta que, en un balance objetivo, hay motivos se– rios para pensar que no: el humanismo sin Dios está lleno de vistosas contradicciones que provocan una situación in– terna de decepción y fracaso en el hombre mismo. 10 En Puebla. 11 Redemptor hominis. También, Discurso a la Presidencia del Parla– memo Europeo (5/IV/1979). 158
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