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«Hay problemas que nos interpelan con toda su gra– vedad; y la Iglesia tiene el derecho y el deber de interve– nir, sí quiere permanecer fiel a su misión, que, en Cristo nacido por nosotros, se dirige a la salvación de todo el hombre y de cada uno de los hombres» 18 • En el mismo discurso denuncia Juan Pablo II diversas formas de estructuras pecaminosas, con sinceridad absoluta, porque constituyen graves «motivos de preocupación» para la Iglesia. Ante estos hechos, «la Iglesia no puede eximirse de interponerse, de com– prometerse, de implicarse a sí misma para ayudar a los hombres, para evitar el sufrimiento de los hombres. Don– dequiera sufre un hombre, allí está Cristo que ocupa su lugar (Mt 25,31-46). Dondequiera sufre un hombre, allí debe estar la Iglesia a su lado» 19 • La Iglesia tiene el derecho y el deber de intervenir: en los conflictos terribles de la humanidad: ame– naza y situaciones de guerra, terrorismo, pro– blema de los refugiados y en todas las zonas y formas de la violencia; donde surjan el desequilibrio y el malestar: lo que ofende la dignidad intrínseca del hombre, porque es humillado y herido y sufre por sí mismo o por sus seres queridos; donde existan estridentes desigualdades sociales, tanto a nivel de personas como de grupos o na– ciones. Mientras muchedumbres inmensas pasan hambre y mueren de hambre, algunos viven en la opulencia y malgastan sin consideración; donde existan víctimas de la miseria y del subdes– arrollo, en situaciones infrahumanas: desnutrición, enfermedades endémicas, inactividad, miseria, des– esperación; - donde se carece de lo necesario para sobrevivir: los parados, los semiparados, los sin recursos, los sin hogar; 18 Discurso a los cardenales y prelados de la Curia romana (22/XII/1979). 19 Ibíd. 148

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