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La Iglesia congrega a los fieles - para pregon~r la Buena Nueva, el Evangelio, para dar culto a Dios, - para recibir los sacramentos, para dar testimonio de vida, - para compartir la fe, - para «instaurar» un mundo nuevo en Cristo, para conseguir la vida eterna. Como cabeza visible de esta Iglesia está el Papa, que es el Vicario de Cristo en la tierra, el Buen Cristo de la tierra, por voluntad expresa del mismo Jesús. Esta Iglesia, en la mente de Cristo, es «católica»: - se predica a toda criatura, - se extiende por el mundo entero, convoca a todos los hombres. Es «congregación» de fieles y, por tanto, - es una «sociedad visible», no desangelada, desen– carnada o puramente interior y espiritualista, - ha sido fundada por Cristo, como una «institu– ción» con estructura «jerárquica», - con una autoridad y unos poderes, aunque éstos sean siempre un «servicio» al Pueblo de Dios, - con las funciones sacerdotales de Cristo, con poderes divinos para «atar y desatar», - con atribuciones propias para legislar y sancionar las leyes. Cristo estará siempre presente en su Iglesia, hasta el fin de los tiempos. La asistencia de Jesús y de su Espíritu ga– rantizan la fidelidad y la vitalidad perennes de la Iglesia. En virtud de esta asistencia divina, la Iglesia es infalible en sus cometidos específicos de conservar la fe, de confirmar en la fe a los hermanos, de guardar el sagrado depósito de la Ver– dad, de dirigir a los hombres a la santidad. Esta Iglesia es nuestra Madre y constituye un «misterio» de salvación. Es un legítimo orgullo, pero comporta graves y altísimas exigencias. Hay que «sentir con la Iglesia», tener una conciencia clara de Iglesia, adherirse con fidelidad y gozo a sus enseñanzas, seguir con amorosa lealtad sus normas, defender con valor sus derechos, trabajar por ha– cerla cada día más hermosa, presentarla más auténtica y más bella con nuestro testimonio de santidad. Ciertamente, 144
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