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tro, la actividad pastoral puede degenerar en activismo excesivamente humano, presa fácil del desánimo o del en– greimiento, bien por falta de confianza en Dios, bien con– fiando demasiado en nuestros talentos y habilidades. Si falta la psicología de celo por el ministerio, la vida sacerdotal no tiene «la principal razón de ser». Lo explica el Papa bellamente en Manila: «En vuestro esfuerzo por realizar vuestro cometido pastoral sé que recordáis las · palabras con las que el Evangelio registra la llamada de los apóstoles: 'Y designó a doce para que le acompañaran y para enviarlos a predi– car' (Me 3,14). Los dos aspectos de la vocación apostó– lica puede parecer de se excluyen mutuamente, pero no es así. Jesús quiere de nosotros tanto que estemos con El como que salgamos a predicar. Estamos destinados tanto a ser sus compañeros y sus amigos como a ser infa– tigables apóstoles. En una palabra, estamos llamados a la santidad. No puede haber ministerio fructuoso sin santi– dad de vida, porque nuestro ministerio está modelado so– bre el de nuestro Pastor soberano f Obispo de nuestras almas, Jesucristo» (1 Pe 5,4; 2,25) H. En esta hora «magnífica y dramática» de la humanidad, el campo de labranza es tan extenso y difícil, los problemas tan complejos y la mano de obra tan escasa, que recor– damos con emoción y preocupación las palabras de Cristo: «La mies es mucha, y los obreros, pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe operarios a su mies». Es una clara y urgente invitación al celo, a la entrega to– tal, a la entera disponibilidad a la causa _del Evangelio. Es una llamada a la creatividad ensayando iniciativas nuevas y audaces para transmitir el Evangelio a toda criatura, en un mundo que tanto lo necesita. Es hora de un compromiso «irrevocable», con todas las consecuencias, de darse, desgas– tarse y quemarse por Cristo y por los hermanos. No basta ya dedicarse al apostolado «a medio servicio» ni «a medio tiempo», como si fuéramos «empleados». La misión exige, por su misma naturaleza, 'todo el tiempo, todas las preocupaciones, todos los talentos, todas las iniciativas, toda la vida. La misión exige la salud, el sueño, el heroísmo. La mi- rn Al Episcopado filipino y a otros obispos de Asia en Villa San Mi– guel, de Manila (17/II/1981). 127

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