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huerto. Y, para despejar toda duda, Cristo se hace presente en medio de ellos, les saluda con su voz inconfundible, les enseña sus manos y sus pies, come con ellos, les regala su paz: «La paz sea con vosotros». Tomás, el incrédulo, siente cómo se esfuma su escepti– cismo con la aparición y el reproche de Cristo ... Se ha realizado una transformación radical en los amigos de Jesús. Han perdido todo el miedo de las horas dramá– ticas de persecución, que les había obligado a recluirse, a echar cerrojos por dentro, en una situación tensa de peligro y cautelas, a no abrir por miedo a una emboscada. Y ahora... reina un alborozo incontenible. No hacen más que hablar de Jesús. Comentan y sabo– rean sus palabras. Se encuentran de nuevo protegidos por la presencia del Señor, que lo llena todo. Se sienten seguros y experimentan todo el poder salvador del acontecimiento. Sienten la necesidad de anunciar a pleno pulmón que Cristo ha resucitado. Y empiezan a abrir puertas, a quitar cerrojos, a descui– dar cautelas. La pasión por Cristo les hace valientes hasta la temeridad, santamente audaces hasta el reto, intrépidos hasta la santa vehemencia. No les cabe la noticia en el corazón y tienen que desaho– garse comunicándola, proclamando al pueblo, a los hu– mildes, a los poderosos, a los nativos, a los forasteros: ¡CRISTO HA RESUCITADO! No sirven las amenazas. ¿Quién puede poner diques al mar de ese entusiasmo que los ha «emborrachado» hasta el heroísmo? ¿Quién puede parar a estos hombres que se presentan llenos de santo orgullo ante el tribunal porque consideran un privile– gio sufrir por Cristo? La misión no es un dato geográfico, periférico, circuns– tancial, meramente adjetivo. Es una cuestión fundamental, de vida o muerte, en la que se decide el <<ser o no ser» del sacerdote. Ser enviado es una nota esencial de la identidad sacerdotal. Es «su vocación, su fisonomía, su identidad». El bello, venturoso y arriesgado itinerario que hemos re– corrido con el papa Juan Pablo II por todos los paisajes de la existencia sacerdotal culmina en el ministerio, ejercido en conformidad con los planes de Dios y las normas de la Santa Madre Iglesia. El modo de ejercer el ministerio es un 122

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